Tlahuelpuchis: También hay vampiros en Tlaxcala

Imagen tomada de Canva

Redacción.

 

Los vampiros. Seguramente si una persona escucha el nombre de estás míticas criaturas, en lo primero que pensará será en castillos oscuros coronando montañas transilvanas o sociedades ocultas en las cloacas de ciudades del viejo continente; sin embargo el folklore que rodea a los seres hematófagos no es ajeno a las culturas de los pueblos originarios en nuestro país. Uno de los múltiples ejemplos de esto es la creencia en una especie de vampiros femeninos conocidos como las tlahuelpuchis.

En Tlaxcala, un lugar con el que algunos incluso bromean sobre su existencia, pero cuya riqueza en tradiciones e historia se remonta más allá de la época novohispana; los días de niebla y lluvia no son vistos con el mismo romanticismo y anhelo que en cualquier otro punto cálido del país, ya que estos traen presagio de calamidades, que llegan en las alas de un guajolote.

 

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El término “tlahuelpuchi”, surgido del idioma náhuatl, proviene de los vocablos “tlahuia” (iluminado) y pochtli (neblina), que se traduciría como “sahumador iluminado” y se referiría a una descripción literal, gracias a su capacidad para transformarse en bolas de fuego y niebla para colarse bajo las puertas, sin embargo su principal habilidad consistiría en la posibilidad de desprenderse de sus extremidades y sustituirlas por las de animales, principalmente de aves de granja como los guajolotes. 

Esta suerte de “nahualismo”, capacidad para transformarse o fusionar su cuerpo con el de otros animales, sería considerado un regalo dado por los dioses a ciertas mujeres, para sanar, además de guardar la sabiduría y tradiciones ancestrales en sus comunidades; sin embargo no todas estas desearían dedicar su vida a servir a los demás y utilizarían aquel conocimiento y poderes, manifestados después de su primer período menstrual, para sus propios fines, el más común de los cuales era alargar indefinidamente su vida.

Para conseguir que sus días se extendieran de manera extraordinaria, las tlahuelpuchis consumían sangre humana, teniendo como presas favoritas a los más pequeños, según se cree, por la pureza y temperatura de su sangre, caliente y de sabor delicioso para estos seres, así como su poder rejuvenecedor y la relativa facilidad que implicaba la “cacería” de un bebé.

 

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Antes de acudir por sus presas estas mujeres, que vivían vidas completamente normales en la sociedad ocultando sus poderes, esperaban a que todos en su hogar durmieran para escabullirse hacia el fogón, donde tras pronunciar encantamientos podían quitarse las piernas o brazos y sustituirlas, tras lo cual ocultarían las suyas y emprenderían el vuelo, ya sea con unas alas de ave de corral o convirtiéndose en bolas de fuego. Tras llegar a la casa escogida el siguiente paso era ingresar, lo cual conseguían haciendo dormir profundamente a la familia y aprovechando cualquier resquicio para introducir su cuerpo híbrido o disolviéndose en neblina, llegando hasta la cuna del recién nacido.

Lo que ocurría después dependía del nivel de sadismo de la tlahuelpuchi: Sustraía al menor del domicilio y consumía su sangre estando en vuelo, para luego arrojarlo en algún terreno cercano y escapar antes del amanecer, o bien, lo hacía directamente en su cuna, pinchando el cuerpecito en el pecho o los pies con una lengua afilada, o una espina de maguey a falta de esta, y corría a esconderse en la maleza, a fin de estar presente cuando los padres notaran que su hijito ya no tenía vida y poder escuchar sus lamentos de dolor.

 

HIERRO PARA LAS TLAHUELPUCHIS

 

Debido a la descripción anterior, las tlahuelpuchis eran consideradas seres terribles a los que no se debía escatimar en combatir y exterminar, comenzando con la colocación de elementos para proteger a los bebés y niños pequeños, tales como espejos, pues se cree que lo único que puede asustar a una tlahuelpuchi es la visión de su aterradora imagen transformada, rebanadas de cebolla alrededor de la cuna, tijeras abiertas en cruz debajo del colchón o detrás de la puerta, un ajo envuelto en una tortilla, mismo que se ponía sobre el pecho del bebé, bajo su ropa y el que parecía ser el remedio definitivo, el hierro, colocando piezas de ese material en las entradas y cerca de donde dormía el pequeño.

Otra manera de terminar con estos seres sería la de tomar sus extremidades mientras se encuentran fuera de casa y quemarlas en el fuego, para que a su regreso ya no pudieran volver a su estado normal antes del amanecer y quedaran descubiertas ante sus vecinos, quienes las harían objeto de la brutal “justicia por mano propia”.

 


LA VERDAD EN EL MITO

 

Sin duda han corrido ríos de tinta intentando retratar las cientos de historias que se tienen al respecto, tema del que también se han ocupado los académicos, que han llegado a explicarlo señalando que ante las duras condiciones de vida de las personas en zonas rurales durante las primeras décadas del siglo pasado, sin acceso a la salud y sometidos a arduas jornadas de trabajo, sólo podían dar explicación a la alta tasa de muertes y desapariciones infantiles con la existencia de seres sobrenaturales poseedores de una sed insaciable de sangre. Podría destacarse también que el folklore detrás de las tlahuelpuchis se asemeja al de las brujas europeas y los fae, nombre utilizado para denominar a las razas de gnomos y hadas, con quienes compartirían una relación estrecha con la magia, su consumo de sangre humana y su debilidad por el metal.

 

Pese a la racionalidad de los argumentos antes mencionados, esta redactora puede decir que una mujer en su familia podría haber perdido a un bebé en de circunstancias extrañas que coincidirían con los métodos de estás criaturas, hace más de 40 años en una zona rural del municipio de Naucalpan, en el Estado de México; ya que el pequeño fue descubierto una madrugada en su cama sin vida y sin una sola gota de sangre, misma que le habría sido drenada por una herida hecha en un pie.

 

 

mfdo.