La mujer sin rostro del Centro Histórico de Iztapalapa

La mujer sin rostro de Iztapalapa

Ciudad de México. - Habitantes de Iztapalapa, han sido testigos de la presencia de una anciana con vestimenta antigua en distintos domicilios, calles y callejones del Centro Histórico de Iztapalapa. Curiosamente casi siempre es vista por niños niñas y adolescentes.

 

La abuela de mi pareja fue testigo de la mujer sin rostro con un quinqé en la mano, suceso que la paralizó de pies a cabeza y marcó su vida.

La mujer sin rostro de Iztapalapa

 

En unos terrenos del centro de Iztapalapa, entre milpas y animales, se alzaba una casa grande de dos pisos, con un barandal largo y una escalera que parecía no llevar a ningún lugar. Allí, entre esos terrenos casi vacíos, vivían una madre y su hija, llamada Rosalva.

 Rentaban un pequeño cuarto con una cocinita al lado del lavadero. La niña, de unos catorce o quince años, pasaba el tiempo jugando con Evita, la hija de los dueños, quienes vivían en la casa grande al fondo del terreno.

 

Era una vida sencilla, con días tranquilos y noches silenciosas... hasta que esa calma se rompió. Una noche, la madre de la niña le pidió que saliera al lavadero por agua para preparar café.

 La niña obedeció, sin pensar mucho en la oscuridad que envolvía el patio.

Mientras llenaba la jarra bajo la luz tenue que apenas se filtraba desde la ventana, levantó la vista hacia la casa grande y se preguntó si Evita estaría en su casa. Fue entonces cuando algo inusual captó su atención.

Desde una esquina oscura de la casa de dos pisos, vio salir a una mujer. Caminaba despacio, sosteniendo un quinqué en una mano. La niña la observó por unos segundos, pensando que tal vez era la abuela de Evita, aunque nunca antes la había visto.

pixabay

La mujer iba vestida de negro, con una chalina cubriéndole la cabeza. Todo en ella era antiguo, desgastado, como si hubiera salido de otro tiempo, pero la niña no sintió miedo. Pensó que era una visita, nada más.

 

Curiosa, caminó un poco hacia la escalera, buscando ver mejor a la mujer. La figura empezó a bajar lentamente, pero algo en su forma no encajaba del todo. A medida que se acercaba, la niña intentó ver su rostro... pero lo que encontró fue aterrador.

 Donde debía estar la cara, solo había un vacío oscuro, como un abismo insondable que parecía absorber la luz del quinqué.

El miedo empezó a invadirla, pero sus pies se negaban a moverse. La figura seguía bajando, su vestido negro y sucio ondeando sin el menor sonido.

Irene

La niña miró hacia abajo, esperando ver los pies de la mujer, pero no había nada. No estaba caminando, estaba flotando, moviéndose sin tocar el suelo.

El terror la paralizó por completo.

Quiso correr de vuelta a casa, gritar por su madre, pero ningún sonido salió de su boca. Solo podía observar cómo la figura se acercaba más y más.

Entonces, la mujer levantó una mano y señaló algo, aunque la niña no podía entender qué quería mostrarle. Era como si la invitara a seguirla, como si hubiera algo que necesitaba mostrarle.

 

 Pero el vacío donde debía estar su rostro hacía que cualquier instinto de curiosidad se desvaneciera, dejando solo un terror creciente. Por un momento que pareció eterno, la niña no pudo moverse.

Pero, poco a poco, con un esfuerzo casi sobrehumano, logró enfocar su mente y mover los pies. Lentamente, paso a paso, se dirigió hacia la puerta de su cuarto. Apenas logrando abrirla, se lanzó hacia la cama, donde su madre seguía sentada. La figura desapareció en el mismo instante en que cruzó el umbral de la casa.

 Entre jadeos, le contó a su madre lo que había visto, el miedo aún palpable en su voz. Pero su madre no parecía asustada. Con una calma inquietante, le respondió: “¿Por qué no le hiciste caso? Tal vez te quería enseñar algo, como oro".

 

 La figura ya había sido vista antes en la zona

 

Irene

 

 Al día siguiente, la madre habló con la dueña de la casa sobre lo ocurrido. La señora, lejos de sorprenderse, le explicó que aquella figura había sido vista antes, solo se aparecía a los niños, siempre flotando en las sombras de las calles de ese punto de Iztapalapa.

 

Nadie sabía quién era, pero se rumoraba que estaba buscando algo, tal vez algo que había dejado atrás en vida, o tal vez algo que nunca había encontrado.

 

La dueña contó que había oído historias de otros vecinos que habían visto a la misma figura, todos niños, y que siempre parecía salir de un rincón, el más oscuro.

 Algunos decían que era una bruja, otros pensaban que era el fantasma de alguien que murió buscando dinero, algo enterrado en esos terrenos olvidados.

 Esa noche, Rosalva recuerda que no pudo dormir. Cada crujido de la vieja casa la hacía saltar, cada sombra que se movía le recordaba la oscuridad sin rostro que la había observado. Mientras se acurrucaba en la cama, no podía dejar de preguntarse qué hubiera pasado si hubiera seguido a la figura... y si alguna vez volvería a verla, flotando entre las sombras, esperándola nuevamente.

Por lo que le suplicó a su madre que buscaran otra casa, lejos de ahí.

 Irene

(Foto actual del Centro Histórico de Iztapalapa)

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