El “Principio de Peter” en los medios
“Las bendiciones no son sólo para los que se arrodillan… afortunadamente”. City of blinding lights, de U2.
Por Carlos Meraz
Vivimos una era del mundo al revés... donde los profesionistas y hasta con maestrías son conductores de Uber o comerciantes informales; mientras los que no tienen carrera, o si la poseen es incompatible con el giro de sus trabajos, tienen puestos de dirección para los que obviamente no están capacitados.
Este fenómeno en boga de promover a los incapaces en el organigrama laboral se conoce como “Principio de Peter”.
En 1969 el pedagogo canadiense Laurence J. Peter acuñó el término para su libro homónimo sobre las personas que pueden realizar bien su trabajo original y son promovidas a puestos de mayor responsabilidad, hasta que alcanzan su nivel de incompetencia.
Paradójicamente en pleno Siglo XXI, en los tiempos de especialización prevalece la improvisación, y de esto ni los “mass media” se han escapado, ya que sus redacciones suelen estar dirigidas por personal ineficiente y sin experiencia, pero con sobrada petulancia para asumirse líderes. Cuando en la realidad son generales que nunca han disparado un fusil en el campo de batalla y no han ganado una batalla relevante, aunque se sientan Napoleón Bonaparte.
A la postre el costo de esta práctica será alto y no sólo en credibilidad sino donde más duele: en lo económico; aunque hay muchos cínicos dispuestos a pagar la factura, en lugar de admitir su error, si es que tanto los apasiona el periodismo. El magnate estadounidense Warren Buffett, alguien que sí sabe de negocios exitosos, lo describió en una frase: “La honestidad es un regalo muy caro. No lo esperes de personas baratas”.
La lisonja, el ser políticamente correcto, la descalificación al pensamiento diferente y el ponderar intereses empresariales sobre los noticiosos son algunas de las principales características de esta arribista fauna periodística agrupada en el “Principio de Peter”.
Este término denominado bajo un nombre propio yo lo bautizaría —en un ejercicio lúdico, pues me quedan claro mis alcances y limitaciones como teórico— más que principio sería el “Síndrome de Manu”, en alusión a un ente inepto cuya habilidad consiste en adular y obedecer sin chistar al amo; en hacer gala de hipocresía y llamar “amigo” a todos (como Roberto Carlos, que risiblemente cantaba “yo quiero tener un millón de amigos”) y en mantener una charla sincera únicamente con sus tenis... en sus estultos soliloquios que difunde en Instagram cuando va al gimnasio a eso: a platicar con Adidas o Nike.
Lo que hay que leer.