Rosa: Una historia real de brujería en la Ciudad de México
Las siguiente historia corta fue enviada para ser publicada en este blog. La persona protagonista prefirió guardar el anonimato por los temas que aquí se tratan. Se recomienda discreción.
Mi nombre es L. B., soy asistente de un abogado con sede en la colonia (...). Llevo trabajando con él desde hace más de 10 años, por lo que he visto muchas cosas impactantes durante mi carrera. Desde peleas campales durante desalojos, hasta discusiones que terminan en balaceras. En fin, gajes del oficio. Pero nada de esto se compara con lo que voy a narrar a continuación, lo que yo considero que es un caso de brujería auténtica.
Hace 5 años, mi jefe me pidió como favor que supervisara un caso de violencia doméstica que involucraba el maltrato de una mujer contra su madre, una viuda de 70 años que nombraré Rosa.
La denunciante era la otra hija de la señora, a quien llamaremos Hilda, que se encontraba en el extranjero y le pidió ayuda a mi jefe, pues ambos mantenían una amistad de años, por lo que sé.
La denuncia prosperó, la hija violentadora, de nombre Beatriz, fue desalojada del domicilio y recibió una orden de restricción, pero no, la cosa no termina aquí.
Esta familia es de muchos recursos y vivía en una zona acaudalada de la ciudad, pero, más allá de Hilda, impedida por la distancia, no había quién cuidara de ella, así que se contrató a una persona para que la cuidara.
Aquí es donde la historia se pone rara. Yo mantenía una constante comunicación con la trabajadora, una mujer llamada Violeta, fuerte y todavía joven, quien casi desde el primer día me comentó que no le gustaba el lugar.
De acuerdo con Violeta, era común que escuchara murmullos, rasguños en la pared o un silbido de vez en cuando, aunque estos sonidos no tenían origen aparente, ya que el inmueble era una casa de un piso, rodeada de árboles, que no comparte paredes y en donde no vivía nadie más que la mujer.
Contaba también que, en ciertas ocasiones, había podido ver algo que pasaba corriendo por el rabillo del ojo. De nuevo, esto no tenía razón de ser, ya que la señora se movía con una andadera desde hacía años.
Otra cosa rara, narraba, era la enorme cantidad de cosas que ella considera que eran de brujería y que se encontraban en el cuarto de Beatriz. Describía libros, joyas y objetos rituales.
Todo esto era muy extraño, pero lo que le hizo renunciar al trabajo, fue ver a la hija de la señora. Aseguraba Violeta, que, una vez, estaba regresando de hacer el mandado. Cuando empezó a guardar la comida, vio a Beatriz parada en medio de la sala por unos segundos. El problema con esto es que de la muchacha no se sabía nada desde hacía varios meses, debido a la orden de restricción en su contra.
Violeta no volvió más a esa casa, pero durante mucho tiempo, todavía podía escuchar los murmullos, me platicó por teléfono tiempo después.
Tras su renuncia, Hilda batalló para conseguir otra cuidadora, pero finalmente lo consiguió. Conocí a la mujer a petición de mi jefe, pero poco duró la comunicación, ya que la madre retiró los cargos en contra de Beatriz, según supe.
No solo eso, la hija violentadora regresó a la casa y vivió como si nada, con ayuda de la nueva cuidadora. Intenté enviarle mensajes o llamarle, a petición de Hilda, pero solo una vez recibí respuesta: “Por favor, ya no me escriba, voy a cambiar mi número”.
Después de eso, no tuve más noticias, salvo lo que me contó mi jefe. Lo último que me enteré es que Hilda sufrió un derrame cerebral que terminó por dejarla en silla de ruedas. Ella era una mujer muy sana y, al día de hoy, los médicos no han podido darle explicación a lo que le sucedió.
Algo que me pone la piel de gallina cada que me acuerdo, es que, en varias ocasiones, Rosa me pidió que revisara muy bien que no se me olvidara ningún objeto personal cuando fuera a visitarla.
Hizo especial énfasis en que no me cortara las uñas o me peinara en la casa. Creí que era una excentricidad suya, pero, en una ocasión, me ganó la curiosidad y le pregunté por qué, a lo que solo me respondió:
-Eres muy buena conmigo, mijita, pero no quiero que te pase nada malo.
Nunca dijo nada más, pero pude ver el miedo en sus ojos cuando pronunció esas palabras.
Por si se lo preguntaban, la gente que se dedica a la hechicería cree que los objetos personales, particularmente las uñas y cabellos de una persona, tienen una especie de conexión para poder hacer magia a una persona.